Antología

ANTOLOGÍA 50 MUJERES A 50 AÑOS DE…

ALEJANDRA GONZALÉZ ORTEGA

Ellos

Él se consideraba excéntrico a sus sesenta y algo.
Ella erigía su soledad con sus hormonas
a cuestas sacando lustre a sus cincuenta.
Él relamía sus dedos con buen vino y pastas humeantes.
Ella bebía de sus dedos y saboreaba con placer sus artesanales recetas.
( Por cierto ella no era diestra en esos menesteres )
( Por cierto él era avezado en esas lides)
Ella se desnudaba a diario, con total ligereza,
desde el ventrículo izquierdo hasta más abajo del esternón y parte de sus neuronas.
Él removía sus vacilaciones, garabateaba sus miedos
e intentaba besar sus ojos a través del teclado.
Ella arrancaba lejos, inventaba que leía, pero en verdad no se concentraba.
Él la retornaba con el aroma de su parrilla, su amorosa picardía y su apasionado transitar.
Ella traía su copa y hablaban de la huerta que sería imprescindible para colmarlos a ambos.
Ella leía atento y fraguaba en su sonrisa una idea delirante.
Ella no quiere subir de talla, él le dice que en la alcoba lo podrán evitar.
Él la escuchó y le cedió la mano.
Ella la tomó y ofreció su frente.
Ellos eran así, ellos se encontraron.

Quietud

Todo está quieto, adolorido, como reforzando las coyunturas, juntando la sal que desborda el iris y así la imagen que lo acecha no prospere.
Está tan quieto, como aquéllos que toman café en una sala de espera en estado rotativo, como quien tiene un pájaro caído y no cierra su mano para no ahuyentar al machi en su afán curandero.
Hay un espanto aterrado, un espanto que ahuyenta sus noticias, un sismo que las disfraza de vientos de cambio y que sabe que ha elegido el lugar, el cuerpo y sus caídos. 
Un hombre ha enfermado, un hombre no quiere perder su esfinge de piedra angular, pero ha enfermado. 
La mancha que se apoderó de su espalda sigue ahí, los abrigos negros de su armario se han triplicado, hay un color que no conoce y que lo cubre de pies a cabeza, hay ojos que hoy no logra atravesar en su frío nuevo.
Está a mi lado, me caen palabras con vanas promesas, mi lengua es un rayo de originales mentiras que le hablan de días, meses, años, todos por venir. 
Y a mí se me ha devuelto un otoño, me brotan las noches en la ventana que daba a un río y a un gotario en el brazo de mi madre, se me ha devuelto su rostro mirando aviones inexistentes, mascando tazas y bebiendo panes, se me ha devuelto su renuncia y su extravío, leo a Curie, a Flemming, a Pasteur y no entiendo nada. 
Un hombre ha enfermado y sabe porque sintió su propio dios muchas veces, que nadie del Olimpo tomará su mano, que no hay biblia que pueda contarle sus próximas horas, que no está solo porqué llegó completo y que no es vanidad decir: Yo soy todo.

Con sangre

El aire huele a sangre, en los comercios afanados, en las casas enjauladas, en las ferias no libres, en los vivos y en los muertos que caminan por avenidas con rumbo incierto.
Sabe a sangre, cuando esta corre por los pasillos de los hospitales que no la asistieron, de los bancos que no la cubrieron, de las boticas de barrio con sus estantes vacíos y de las grandes acorazadas que la despreciaron.
Regresaron las auroras con su afán de horas interminables,
regresaron los fantasmas a poblar las mentes con sus llantos furibundos, volvieron las tardes de espera y espanto que al caer la noche traen su trofeo.
Y están aquí también, los ojos apagados por la mano destructora del pasado y la nebulosa de su paradero.
Miro a los hombres en sus tronos y me saltan lágrimas, miro las cúpulas enredadas en sus culpas sin disculpa y me envuelvo en estertores que hierven en la desesperanza.
Miro a la muchedumbre con sus raíces y retoños, con sus caras lavadas y nóveles, con la diáfana virtud de la queja justa y atorada durante muchos calendarios.
No imagino nada porque el horror está a la vista y abre los pétalos negros de miles de rosas, el espanto está marcado en los rostros lívidos de quienes ven el regreso de la peor pesadilla de esta tierra, vejada por los insignes tentáculos de su historia.
Seremos un río de lágrimas que al menos lavará la vergüenza de haber callado, de haber visto pasar a ras de nuestros hombros a todos esos rostros que hoy se cubren para no ver, y se alzan a la espera de un final y un comienzo de algo que se parezca a la alegría.
Seremos la madre dolorida que hoy vuelve a enterrar a su niño dorado, clavado con los fusiles de la guerra que nos inventaron.
Seremos la incredulidad que crece y se apodera de los asientos de un cónclave, que en su desesperación no logra encubrir sus siniestras orgías, ávidas de poder y avaricia.
Seremos la savia roja de los árboles, seremos el pecho doloroso de los templos saqueados, seremos por un largo y febril momento el dolor de todo esto y la miseria inconfundible de los dioses paganos a cargo de este pueblo.



Lucía

Ella se triza frente a mi puerta, revolotea en su cubierta cuando las dosis de narcótico se salen de su cauce y amarran su cabello.
Lo hace a diario, sin plano ni proyecto, triza su plato de granos verdes, triza las caléndulas de su huerta, triza el perfume de los gatos y la miel de los trigales. Vive trizada y desarmada como un globo terráqueo hecho de pampas y glaciares.
Se desliza por el suelo y descomprime patadas, rasguña el mármol, golpea el aire y descuaja los estantes en busca de su veneno.
A veces me arroja a un barrial de ruegos, me araña las piernas con plegarias de espuma, se esconde bajo mi cama y me tiembla el espacio hasta desollarlo.
Y en los momentos en que su /mi niña asoma su carita rosa con el Nilo en sus córneas y los bueyes cargados de bienaventuranzas.
Ella se busca, me busca, me pide un guiso de azafrán y pan de masa madre, me pide un tutú de tafetán y sus zapatillas de punta.  Diluye su esencia en aureolas de algodón y revolotea su cabello bajo la tiara de Cascanueces.
Flota sobre el aroma de la cocina, se desliza a ciegas sobre la jaula de los loros para destronarla, junta carroña para la manada y palos de canela para el cardumen de mariposas que la acompaña.
Ella deja de trizarse por un rato largo y yo la acuno en mi vientre, intentando cruzar la línea del tiempo, donde solo pueda alimentarse de mi placenta.

Témpera

Intento rozar tu centro, en la avidez del deseo y en la cáscara que cubre austeramente tu historia.
Y lo intento por una razón muy simple, es que hoy me atrevo a secar el vaho de tus ventanas, las lágrimas que te oprimen y el sudor de tu castigo.
Traspaso tu línea de fuego, me vuelvo felina, discreta, turgente y victoriosa.
Mi búsqueda termina en tu sien, en tu iris y en tu desdicha (así de objetiva soy). 
Pretendo muchas cosas, tengo tiempo, tengo nubes, vinilos añejos, cuentos y una huerta que desborda pimentones. 
Tengo témpera y dibujos con tu rostro, instalo mis descubrimientos y reordeno tus capítulos.
Chopin delira al compás de la tormenta, mis aposentos se abren y reciben tu mirada, cae una sospecha en mi hombro desnudo. En un santiamén se convierte en certeza, florecen los tilos y tú apareces con mis ojos en tu pelo y la noche en tu pecho, como si ella fuera yo.

Bienaventurados

Bienaventurados los dispersos, esa raza extraña, de personas extrañas, con dichos extraños y visiones nocturnas, pues jamás dependerán de claridades ajenas.
Bienaventurados los que no tienen casa, ni madre ni padre y un hermano ruin que compra tabacos con ojos de niño, pues jamás anhelarán lo que nunca tuvieron.
Bienaventurados los enfermos, los que mueren varias veces en una sala de urgencia y reciben remedios de ningún laboratorio, pues se irán incólumes y serán recibidos por avalanchas de ternura.
Bienaventurados los insatisfechos, los dementes callejeros, los sin zapatos con sus dedos ásperos, los acusados por lenguas mentirosas, pues serán abducidos por la brisa generosa de los hombres justos.
Bienaventurados los inmolados por amores devorantes, por creencias recalcitrantes, por ideas involuntarias, por penitencias enraizadas en el iris de un hombre con nombre impropio y una única ruta, pues les será revelada la esencia originaria de la humanidad.
Bienaventurados los equivocados, los ermitaños, los acompañados por amigos y enemigos, los instigados por secuaces, los abandonados a su suerte en edades iniciales,
los que tienen hambre y frío no importando cuanto alberguen, pues sanarán sus estigmas con virtuosas súplicas que Afrodita derrama.
Bienaventurados los que viven como les da la gana y construyen sus querencias con ideales hurtados, perseguidos y castigados, fastidiados hasta el agobio por sus propios hermanos y empuñan su coraza en las estaciones de Vivaldi, en un vinilo de Callas, de Gardel o Marley,
pues serán evocados por todas las orbes venideras, en las suelas raídas de sus zapatos.
Bienaventurados todos.

Érase una vez una isla

Y así llego, con un claro de lucha en mi frente,
llego sensata de una dicha que me moja los pies,
totalmente dispuesta al sudor de los adoquines ,
a contar los ojos negros, las manos afiebradas
los fatigados vientres y los prejuicios enlutados.
Esta isla desoye sus pasos y los camina sabiendo,
como cerilla que refulge y que de pronto es cirio,
como brisa sospechosa de escuetas verdades,
como árboles clavados en un caos vital.
Todo está estancado, el tiempo abolió su andanza ,
los grandes hoteles manifiestan su historia recreándose en ella,
nadie ha sembrado un nuevo mural en sus altos murallones y
los acuerdos escondidos cambiaron de rostro pero no de complot.
Hay un hambre al lado de la otra sin posibilidad de reversa,
una que supura cavidades y ruge su vacío
en un fondo repleto de granos negros.
La otra en su descaro descarado,
se muestra por pasillos y terrazas, con ropa cara y su presa de la mano luciendo sus lingotes.
¡ Oh Habana no mía! ¡Hagamos un acuerdo con tus olas!
El cielo está borracho y un carnaval de ensortijados cabellos
se asoma candente por tus calles,
tus jóvenes danzan con tules y veneran tu nombre,
tus niños ríen en la escuela de una acera que sirve de pizarra,
tus viejos fuman habanos y se jactan de sus autos cual novena maravilla,
la belleza sobra en tus voces, en tus ritos y en tus aromas.
Eres todas las lenguas en un aria de música contagiosa,
la promesa de tus muertos y el pecho que todos quieren respirar.


Autocomplacencia

Tengo metida en los sesos una mujer que baila, que danza con velos  y tules 
sacados del sexo de una bataclana luego de su última cópula.
Se siente mujer estrella,  rodea con sus rayos mis deseos enterrados, aceita mis senos con saliva de unicornio, ama mi geografía, coloca señuelos en sus islas preferidas, cambia su voz en cada parada y ocupa todas sus lenguas incrustándose en mis ojos,  deleitándose con  los deliciosos vicios de mi lujuria.
No descifra los poemas que derrama en mi vientre, ni las canciones que entona en la esfera 
animal de mis pezones, se deja guiar por mis entrañas como salvaje viajera, no prescinde
de mis labios, ni de mi cuello desbocado al extremo infernal de mi desmayo.
Es arrojada en su quehacer,  insistente  e incansable, loca y paciente, dice que las yemas de sus dedos están ahí sólo para mí, que venían con un mapa exacto de mi mente, mi alma y mi torso.
Es rápida, con solo un chasquido me tiene en su aposento,  mojada por la lluvia que de su pelo cae y empapa mis colinas.
Sacude el aire  de mi ombligo, sube y baja desde mi cabeza, abre sus piernas  y acaricia mis oídos, se sienta en mi cuello y asiste al concierto de mis ansias guturales con total devoción.
Me llena de fragancias dantescas, aromas conjugados con  la lava interminable  que en cascadas de orgasmos inunda mi cerebro, removiendo mis angustias, mostrándome las ciudades, los pueblos y la historia más morbosa de la antigua vida, donde siempre quiero estar.
Tengo una mujer metida entre los sesos y soy yo.




Rosa, Judith, Dolores, Mireya y Sofía
Rosa no quiere volver a casa. Se esconde en la madriguera de una esquina risueña que le miente a diario.
Judith no quiere volver a casa. Ella barre sus jardines donde inventa un fango inmóvil para habitar segura.
Dolores no quiere volver a casa. Ella juega con las grullas que una niña de su aula le regala a diario.
Mireya no quiere volver a casa. Ella lee cientos de manuscritos, los que corrige con su pluma cargada de espasmos.
Sofía no quiere volver a casa. Ella dibuja rascacielos con vitrales multicolores, usa el rojo de su sangre, la que a diario se reseca en su rostro.
Rosa salió de su madriguera, a tientas y arrastrándose y llora con las ninfas que vinieron a buscarla con sus huesos quebrados.
Judith salió del fango, con fuerza y obstinación, aún no encuentran su cabello pintado de mostacillas.
Dolores se fue con las grullas, las mismas que la elevaron al momento del atropello, a manos de un prófugo conocido.
Mireya tuvo que volver a casa, se llevó sus manuscritos para seguir leyendo, pero una mano enguantada con brutal ensañamiento, la dejó sin pupilas.
Sofía se quedó en un rascacielos, uno completamente rojo, no encontró más colores, 
que aquel escarlata que brotaba a borbotones de su vientre.
Cinco mujeres no querían volver a casa y no quiero una sexta, ni ser parte de los que callan.
Queremos volver, rotundamente libres y en voz alta.




Onírico

Sueño campanarios en éxtasis, sueño tu frente que avanza por lejanas provincias cortando rosales. 
Sueño tu caballo rindiéndole pleitesía al viento y a ti tomando las riendas con la fuerza del coraje que se instala en tu garganta.
Sueño tu espalda reposada de violines para que escuche tus voces con el color de tu algarabía.
Sueño la espuma de un dios benevolente, la llama imperturbable del próximo prodigio y una bandada de gorriones atraídos por tu vehemencia.
Sueño glorias y ambiciones, noblezas y devociones sagradas, sumisas memorias que se alteran ante tu presencia  y se vuelven huracanes.
Sueño hojarascas y ramas para encender, sueño las sombras de tus sombras, señales de una región apagada que da cuenta de tu cruzada y de las barcazas que el tiempo devuelve.
Sueño la espera y la alegría de estar, la sutil emboscada,  la inquietud, el grito ancestral de tu júbilo, la idea infinita de este  silencio que no sucumbe, ante la negación y la muerte.
¿En qué montañas, en qué pozo ciego, en qué ciudad barroca te  has de encontrar?
¿ Dónde, desde qué abismo me hablarás con el deseo interminable de esta persecución que no cesa de latir?
Sueño mi cara, mi tiempo y el gesto intenso de apretar los ojos, seguir adentro y habitar esta nebulosa onírica, mientras los inviernos llueven su frialdad y los veranos arden sobre mí.





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