Antología

ANTOLOGÍA 50 MUJERES A 50 AÑOS DE…

PAULINA CORREA

BIOGRAFÍA 

Paulina Correa (Santiago de Chile, 18 -12-1965) es una poeta, escritora y gestora cultural chilena. Es miembro de la Sociedad de Escritores de Chile. Ha publicado nueve libros de cuentos, uno de poesía, uno de fotografía, un álbum ilustrado para niños y una obra de teatro montada en el teatro El Puente en Santiago de Chile por una temporada. 

 Gestora cultural, escritora, vivió en Bélgica donde obtuvo un Magíster en Ciencia Política, es miembro de la Academia de literatura Infantil y Juvenil (ACHLI). Es hija de Luis Correa, abogado, y Julia Henríquez, profesora de lenguaje. Tiene dos hijos, Luis Felipe Hernández Correa y Carolina Andrea Hernández Correa, nacidos respectivamente en los años 1998 y 2002. Incursiona en la crónica con el libro Tramas de un nuevo destino, creación colectiva que narra la evolución del movimiento de mujeres en el contexto de los años ochenta.[1] Obtiene el segundo lugar del concurso literario género epistolar, organizado por el Museo OHigginiano de Talca. 
Forma parte del taller literario de Pía Barros y publica en las sucesivas versiones de la antología Basta contra la violencia contra la mujer y contra los niños. Publica poesía en dos versiones de la Antología Grito de Mujer, contra la violencia de género. Participa en la publicación de libros objeto en Asterión Ediciones. Participa en el taller del escritor y crítico Camilo Marks. Publica cuentos en la antología dirigida por éste en la Editorial Libros de Mentira el año 2016.También participa en el taller de la poeta Carmen Berenguer durante el año 2018. Entre los años 2014 a 2018 organiza actividades literarias bajo el alero de la Sociedad de Escritores de Chile, especialmente lecturas, festivales y encuentros con mesas redondas. Durante este último período publica sus libros de cuentos Signo de los tiempos, Gente en tránsito (ambos del año 2018), Historias de hombres demasiado comunes, Historias de locura urbana, Cuentos para familias Normales, Cuentos Incorrectos (2017), el libro de poesía Viaje marítimo para dos (2017). Actualmente  electa secretaria de la SECH.  

Ligera 

Seis de la mañana, no hace falta ver el reloj, los pájaros cantan suavemente, ha pasado la noche esperando que amanezca, la oscuridad la oprime, las ideas y los recuerdos no la han dejado en paz. 
En el velador el celular, se sabe de memoria el circuito, Facebook, wasap, el correo, Instagram, como si algo nuevo, significativo pudiera entrar en la madrugada a su vida desde ahí. Abre el archivo de fotos, las repasa, como sí las viera por primera vez, se queda largo rato mirando un rostro, acaricia la pantalla suavemente con su dedo, el hombre en la imagen sonríe, no es la clásica pose, es algo íntimo, ella recuerda el momento, ambos tomando esa foto solo para ellos, él la tiene abrazada por la espalda, la envuelve, la protege, se ve pequeña acogida en el cuerpo de él, atrás el río, la rivera opuesta, los árboles. 
Todo ahora tan lejano. 
Se levanta, la idea le ha venido durante el insomnio, busca un traje de baño, hace tanto que no usa, al final se pone ropa interior, una bata y sale del departamento. El pasillo está oscuro, los vecinos duermen, toma el ascensor, desvía la vista del espejo, no quiere arrepentirse y la imagen ya sabe que no le va a gustar. A lo lejos siente pasos del conserje, se mueve rápido por el corredor que conduce a la piscina, sus pequeños pies amenazan con tropezar, se afirma del muro, del barandal, de unos arbustos, finalmente llega al patio interior. Siente que el aire le falta, cualquier movimiento es un esfuerzo con su peso, más después de la enfermedad, sabe que pasarán meses antes que las secuelas desaparezcan, pero esto no se puede postergar para entonces. 
Parada al borde de la piscina se produce un momento de indecisión, calcula los movimientos, su imagen se refleja en el agua, se saca la bata, da el primer paso. El agua acaricia el pie, la sensación está llena de recuerdos, se sumerge, el cuerpo tiene memoria, da giros, va, vuelve, no hay gravedad, se da impulso y llega hasta el fondo, el cielo se ve hermoso desde ahí. 
Libertad, eso siente, el agua refresca la nuca, el cuello, se queda ahí de espaldas, los ojos cerrados, lo ve, lo percibe, él siempre amo el agua, se sumergía con alegría, ruidoso, vital, le había enseñado a vivir, le había quitado miedos. Flota, los brazos abiertos, las palmas hacia arriba, buscan el ligero tacto de las manos de él, siente que la lleva, que surcan la piscina, que le besa la frente, que sonríe, que la ama, que ha vuelto. Ha pasado una hora, los pensamientos recurrentes se han ido, el frío y el cansancio la llevan a la orilla, mira las ventanas de la torre, todos siguen dormidos. 
Al salir pisa el primer escalón con la confianza ganada en el agua, sube el segundo y pierde el equilibrio, cae de bruces, el abdomen se golpea contra las baldosas, su cara queda a centímetros del cemento, se afirma sobre las palmas de las manos y se reincorpora sobre sus rodillas, tiene rasmillones que sangran, se afirma de la reja y con esfuerzo logra pararse, esta vez no se ha quebrado nada, el retorno va a ser trabajoso, mira el espejo de agua, sonríe y deshace camino. 
Al subir se cruza con un hombre y su perro, siente la mirada crítica, pero esta vez no le importa, tampoco las charcas que va dejando a su paso, la mañana ha sido hermosa, se ducha, mira por la ventana la piscina, busca un calendario, marca el día, mañana volverá a bajar. 
Empieza el día, abre los correos, los archivos, está conectada, un mensaje le recuerda la cita médica, hace click, entra a la clínica, en segundos una doctora la está saludando, la oye, pero quiere cortar la comunicación, fingir que internet se ha ido, dejar hablando sola a la mujer, que, en pantalla, hace un monologo lleno de lugares comunes, la mano se acerca al mouse, va a hacer click, mira a la rubia en su delantal blanco, parece más una modelo que una doctora. 
La quieren operar, desestiman otros métodos, un caso mórbido, piensa que la mujer no la ha visto en persona pero que igual se permite presumir cosas de su vida. Qué diría si supiera que solo se ha podido poner una polera, que nada en las piernas le entra, le dice que seguro come a destajo, que los azucares, que puede morir de un infarto, que va a necesitar ayuda psiquiátrica, que debe hacer gimnasio y nutricionista, que su vida va a cambiar, que va a ser feliz. 
En ese punto del discurso el asunto se vuelve gracioso, feliz, que podrá significar eso para la rubia, que podría ser para ella, seguro cosas muy distintas, resiste la tentación de reír porque le aumentarían las horas de apoyo psicológico. 
Tras el computador está el refrigerador, casi vacío, no se prepara nada porque no hay tiempo, tiene que estar conectada y cumplir con los indicadores, las metas. En la despensa hay bolsas de galletas de agua, de avena, arrocitas, tarros de atún, tarros de cholgas, cosas todas que se abren y se tragan mientras sigue digitando, porque no están los tiempos para perder el empleo. El tránsito al baño o a dormir es siempre con el celular en la mano, nunca se sabe cuándo un mensaje, un requerimiento pueda entrar. 
La rubia insiste en que debe hacer cardio cuatro veces a la semana, que aproveche que los gimnasios han abierto, que no evada, que ni se imagina todo lo bueno que la espera. En la mesa el celular se mueve, un mensaje entra, lo lee, abre el correo. contesta, mientras en el audio la doctora sigue explicando la endoscopia, la cirugía, la altura del corte, los suplementos alimenticios, lee con calma lo que ha escrito, envía y vuelve a la consulta, en cámara la mujer le muestra un modelo del estómago desarmable, desprende lo que sacarán. 
Piensa que, si tuviera un pantalón que ponerse podría salir a caminar al terminar la oficina, quizás darle la vuelta a la manzana, claro con el celular escondido, así si llega algo contesta desde el portal de un edificio, pero eso es exponerse a un robo y en su condición no podría correr o resistirse. Conseguir un pantalón, en algún lugar tiene unas zapatillas, si pudiera agacharse al punto de alcanzar el fondo del ropero. 
La rubia está explicando que tras la primera intervención está la opción de una cirugía reconstructiva, que habría que ver con su seguro si lo cubre, porque no la quiere engañar, la baja abrupta deja algunas huellas. 
Busca en Google, de nuevo la doctora queda en audio, pantalón cuatro xl, mejor de cinco, aparecen anuncios, ve el tiempo de entrega, la doctora le agradece su incorporación al programa Ser ligero, una asistente se contactará para tomar las horas con los especialistas, pide el más grande, llega en cinco días hábiles, quizás el lunes siguiente, la doctora se despide, ella responde de manera escueta, está concentrada digitando su clave de banco, sí, el lunes siguiente podría llegar. 
Entra un correo, lo lee, responde, abre un paquete de galletas soda light, envía unos archivos, baja el mapa de su barrio, identifica una verdulería, quizás con pantalones y zapatillas, quizás un cambio, al atardecer y siempre que no haya cuarentena o toque de queda muy temprano, podría pasar por ahí, fruta, es verano, no hay necesidad de prepararla, quizás haría una diferencia.
Abre el mensaje de la clínica, el presupuesto de la cirugía, indica quince días de licencia probable, si todo va bien, las dos cifras se quedan en su retina, imposible estar tanto ausente, de dónde sacar el copago del seguro. Se levanta, como siempre siente dormidos los muslos, la presión de la silla, avanza afirmada al muro, falta una hora para terminar la jornada, en el baño se mira en el espejo, a su espalda la tina que ya no puede usar, la última vez no podía reincorporarse, recuerda el indigno proceso para salir de ella, el temor a caer cada mañana cuando se ducha. 
El celular da un salto sobre el lavamanos, la asistente de la clínica debe hacer exámenes, piensa en qué momento, abren a las siete de la mañana, si encuentra un laboratorio cerca alcanza a conectarse al trabajo a tiempo. 
Abre el ropero, repasa que podría usar para ir, tendrá que esperar el pantalón, en un rincón una túnica hindú parece promisoria, trata de ponérsela, se atora, no pasa, habrá que esperar. 
Vuelve al trabajo, siente el desánimo. 
Abre una lata y va comiendo mientras busca en Instagram, hay ropa grande, manda un mensaje, responden, con un recargo se lo vienen a dejar a la puerta en la mañana, pide dos de los más grandes, quizás haya salida. 
Al día siguiente, al abrir la puerta el paquete está en el suelo, lo toma ansiosa, al extender el pantalón se ve como un jardín colorido, es inmenso, pero igual se lo prueba con temor, el contacto de la tela es suave, la inunda un sentimiento infantil, casi navideño, sus piernas son un arbusto lleno de flores y pájaros, siempre había vestido de negro, esto es un mundo nuevo. 
Es sábado, no hay cuarentena, se peina, toma su mochila y parte a la calle, los ojos llenos de sol, va reconociendo el barrio, los negocios que han cerrado, los que abren, se aventura una cuadra más, en la puerta de la verdulería le toman el pedido, le dan el número del delivery, piensa que es mejor venir. Se lleva rábanos, champiñones, rúcula, fruta, la mochila pesa, pero decide dar la vuelta a la cuadra. 
Se detiene a descansar frente a una vitrina, una agencia de viajes abandonada se imagina en esos lugares que ya nadie visita, no siente cuando un hombre se acerca y trata de quitarle la mochila, pierde pie, el hombre no lo logra, atorada en su brazo.
Un perro se abalanza y muerde al atacante, la gente grita, el hombre huye. Se afirma del ventanal, el corazón acelerado, recoge sus cosas, a su lado el perro se sienta, mueve la cola, muestra una enorme lengua rosada. 
Cuadra y media, llega al edificio, el perro la sigue, en la puerta se miran a los ojos, ella lo invita a pasar, suben al ascensor, entran al departamento, ella se le acerca con cuidado, le acaricia la cabeza, toma un pañuelo que usa para las reuniones y se lo amarra al cuello. Está hecho, será su compañero de caminatas, quizás un amigo.
Conexión

No quiero dejar a mi gato, hemos construido una relación, una rutina, afectos, no lo voy a dejar. Llámame Doris, ayer descubrí ese nombre, suena a serie americana, a pin up, a fantasía, hoy me llamaré así.
Debo volver al edificio donde trabajaba, antes de esta película de zombies. La calle vacía, el frontis lleno de latas que cubren las puertas de vidrio, el camino tipo mago de Oz, guiado por una línea amarilla, hace paradas en una máquina que toma la temperatura, otra que arroja desinfectante, no hay personas.
Las paredes del ascensor están cubiertas de huellas, gestos desesperados de desinfección, el metal, antes plateado, se llena de arcos opacos de gel. El ascensor se abre, saco la credencial, la imagen de la foto me resulta ajena, me pregunto porque estaría sonriendo, la acerco, el sonido de apertura queda flotando en el aire.
No hay nadie, entro a mi oficina, mi tazón está ahí sobre la mesa, recuerdo ese día, el último, la prisa por salir. En un rincón mi ficus, tan delgado, casi sin hojas, voy por agua, nadie en el resto de la planta, el ruido del agua parece expandirse en el aire, vuelvo, pico la tierra, muevo el macetero frente a la ventana, luz, sol, acaricio las hojas, ojalá sobreviva.
Luego el gesto mecánico, el computador montado en segundos, clave, conexión, marcar ingreso, ya estoy en línea, treinta segundos y empieza la reunión, se abre pantalla, como un telón de teatro, todos están ahí, se ve por los muros, están en otros pisos, el saludo formal, sin comentarios, nadie alude que estamos de vuelta, o tal vez no lo estamos, se pasa al tema a tratar, eficientes, siempre eficientes, me distraigo, la luz del sol llega a las hojas del árbol, un verde enfermizo se trasluce, alguien me habla, me interpela, contesto, estoy bien condicionada, es automático, nadie sabe que estaba escapando por la ventana.
Termina, miro el celular, en pantalla la foto de mi gato, no sonríe, él es así, sin embargo es capaz de mucho. Esa noche de julio, la oscuridad, el baño, sentía el dolor en la espalda, la cabeza sobre el borde del lavamanos, era evidente, estaba contagiada, más que eso estaba mal, el frio de la superficie me aliviaba, inmóvil, incapaz de volver a mi cama, los ojos cerrados, el dolor de cabeza, entonces el contacto, su frente pegada a la mía, sus ojos en medio de la oscuridad, ahí junto a mi cabeza, quizás en qué rito animal, mi mente vuelve, la voluntad vuelve, logro moverme, él me sigue, se queda en la cama pegado a mí.
Sobre – vivimos, juntos, ahí tras el vidrio, con esa proximidad misteriosa, mágica, pasamos los meses uno junto al otro. Hoy me vio partir, pasó su cola entre mis piernas y se sentó en el espacio del computador, lo extraño.
Nunca tuve fotos personales en mi escritorio, era mal visto, iba contra la estética sugerida, ahora tengo el celular a modo de porta retrato, me levanto le doy más agua al ficus, me quedan siete minutos para la próxima reunión, por la ventana la calle se ve desierta.
El día ha pasado, ya es hora de salida, estoy lista, el pasillo, de improviso una sombra, al final del corredor alguien se mueve, no logro ver quién, me alegro, camino veloz y saludo en voz alta, una puerta se cierra de golpe, quedo parada frente ella, me identifico, una voz angustiada me pide que me vaya, que el protocolo indica que no debemos vernos, reconozco quién es, la llamo por su nombre, me dice que no se moverá de ahí hasta que no me vaya.
Me disculpo, doy un saludo formal y le aviso que me quedaré en mi oficina hasta que sienta que ya ha salido del piso, agradece, todo ha vuelto a la norma. Espero, siento lo pasos y el bip de la puerta, no me asomo, con la luz apagada veo la silueta del ficus, entra un mensaje de la empresa a mi celular, es un correo masivo, el mensaje de Comunicaciones corporativas, Sean bienvenidos al primer día de su nueva  vida, de fondo una foto alegre de gente desconocida.
Miro el entorno, abrazo el macetero, inicio el descenso hasta el piso ocho, sujeto la puerta de la mampara con una silla, dejo el sobre en el escritorio debido, dentro mi credencial con la foto sonriendo, una carta apropiada y aún formal.
Deshago el camino de Oz, cruzo el umbral, no hay nadie, he salido al mundo.


Horas extra

 
La alfombra era áspera, el roce hería su espalda.
La mirada fija en el techo, en las luces, todo va a pasar rápido, pero parece eterno.
Piensa en su familia, en su deber, se queda ahí inmóvil.
Cada arremetida es más dolorosa que la anterior, siente que el corazón va a reventar.
El hombre se mueve  sobre ella, está en otro espacio, pero sobre ella.
Sus gestos, sus jadeos son de otra historia, una en que lo que está pasando es normal.
El olor del hombre le da asco, sobre todo el de su boca, cuando trata de darle algo que no es un beso, es un gesto animal.
El hombre le hunde las uñas en la carne, le grita indignado por su inercia. 
Ella mira los muebles, las carpetas sobre la mesa, trata de no verlo.
Se había quedado a trabajar hasta tarde, la oficina ya vacía y el dueño ahí.
No hubo preámbulos, la tomó sin aviso, la amenaza fue clara, no había vuelta, en su casa nadie más tenía empleo, era eso o la calle.
El hombre al fin termina la faena, se queda echado sobre su presa, ella no se mueve, no habla, la oficina se llena de un olor ácido.
Cuando el hombre se levanta ella se encierra en el baño, el agua por los muslos, por el pecho, el agua helada, unas gotas de sangre se cuelan de la entrepierna, los ojos marchitos en el reflejo del espejo.
No hay suficiente agua para lavar lo ocurrido.
Se viste, la ropa medio destrozada por el forcejeo, se queda ahí inmóvil.
El hombre la apura, hay que cerrar, actúa como si fuera otro día, como si nada hubiera pasado, salen a la calle, fuera todo sigue en su ritmo.
Ella quiere gritar, pero no puede, él le da a entender que habrá otras veces.
Él parte, ella por fin llora, comienza a temblar en la vereda, las piernas no le responden, no sabe cómo llegar así a su casa.
Mira el teléfono, hay un mensaje de su madre, que pida un anticipo.
Siente el bus que se acerca, cierra los ojos y se lanza a su paso.
 



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