Antología

ANTOLOGÍA 50 MUJERES A 50 AÑOS DE…

MARGARITA RODRIGUEZ PALMA

Desborde


Bajo aleros de pájaros 
la lluvia expande su arrojo
y en una brizna de hierba
sollozan las torcazas. 

El rio ruge sin piedad
en su lecho de guijarros.
La memoria de su cauce 
desborda el surco.
Rompe su cántaro.

El lodo cobra aliento.
Lastimada de sombras
la vida se extingue.
Más allá,
las nieves penitentes 
cual capirotes nazarenos 
cubren el sendero. 


Nosotras


Nosotras las exiliadas
del paraíso,
somos grito en el silencio,
golondrinas
en las recónditas pupilas del viento,
redención al pie del madero,
magdalenas en la búsqueda
del Santo Grial,
carpinteras, alfareras
en el sudor de la fatiga,
luz en el dolor del parto,
piel, pulso, latido
germinando en los siglos.


Río Mapocho 


Río veleidoso y bravío,
afloras de la entraña cósmica
del Cerro El plomo.
Y modulando tus cantares épicos
vivificas la implacable sed del valle.

En los azares del trayecto
cual sierpe vítrea,
te deslizas por los siglos
perpetuando la materia
y sus eternidades.

Tu impronta menguada
por el persistente
estrés hídrico,
soporta estoica
las estructuras de acero y hormigón
que han reemplazado
los viejos puentes de madera
y el Cal y Canto.

A pesar de la profunda
intervención humana,
de las murallas
estáticas y sombrías
que a tu paso
por la bulliciosa ciudad
silencian tu canto,
la vida sigue expresándose
y adaptándose
atada a tus raíces.
Tus coros rumorosos
rumbo al Maipo,
cuales briosos corceles cabalgando
tu cauce ancestral,
se mimetizan
con el paisaje soleado,
los mitos y leyendas
de Peñaflor.

Tus venas andinas
indulgentes con esta tierra,
desbordan el cántaro de greda
ofrendando a la virgen del cerro
tu resiliente biodiversidad.





Despedida 


A las cuatro de la tarde,
a las cuatro en punto
lo esperaban
en el portal
de las espumas adormiladas
y empujaron su barca de juncos
hasta el insondable mar.

A su paso, el árbol desnudo de junio
ardía en frutos anaranjados,
apagándose luego,
la luz de las pedrerías del estero
y el verde ingenuo
donde cabían todos sus avatares

Ya nada era urgente,
ya nada coincidía,
todo estaba escrito
sin importar la húmeda esperanza,
ni el blanco de las orquídeas
veneradas por sus manos.

BIOGRAFÍA

Escritora, poeta y gestora Cultural chilena
Fundadora y presidenta de la Fundación Cultural Odisea de las Artes.
Miembro de la Sociedad de Escritores de Chile-SECH.
Socia Fundadora de la Sociedad de Escritores de Peñaflor.                                                                                                                                                                                                                                                                
Socia Fundadora de la Sociedad de Escritores de Pinto.
Ha publicado dieciséis libros y participado en más de cuarenta antologías (Chile y extranjero). 
Ha publicado en la revista Poesis Abditus -Perú.
Artista plástica y artesana; lanigrafía (el arte de pintar con lanas).
Reconocimiento por su aporte al desarrollo cultural del pueblo, otorgado por la Ilustre Municipalidad de Pinto, en su 160 aniversario. Octubre 2020.
Reconocimiento por su aporte cultural, otorgado por la Ilustre Municipalidad de Peñaflor. Noviembre 2020.
Reconocimiento por su aporte al desarrollo cultural del pueblo, otorgado por la Ilustre Municipalidad de Pinto, en su 161 aniversario. Octubre 2021.
Reconocimiento Artista Destacado año 2021, por su contribución al desarrollo cultural de Peñaflor, otorgado por la Ilustre Municipalidad de Peñaflor-Secretaría Regional Ministerial de las Culturas, las Artes y el Patrimonio. Noviembre 2021.
Retrato


Soy como el árbol
aferrada a mis raíces.
Jubilosa de aves y trinos.
Dolida de ausencias y olvidos.
Mi humilde verso
pletórico de utopías y unicornios
encarna mi esencia,
el candor de mi locura. 

Al son del arpa
que pulsan las estaciones
amo las flores, los frutos
y la vendimia,
el canto de Violeta,
las sublimes rondas de Gabriela. 

En el huerto de mis pomares,
los gorriones
dibujan sus vuelos.
La semilla se ofrenda al viento
y el nido es permanencia. 

Andacollo 


Bajo el sol fecundo de sus valles, 
todo es raíz, alero y nido. 
El tiempo y la lluvia han esculpido 
sus párpados de cobre. 

Desde sus balcones cósmicos 
se observa arrobado el ritual de los astros, 
el manto mineral, 
el portento de la vid y sus dones. 

Al son de la fraternidad que las anima, 
las cofradías danzan en honor de 
la Señora del Rosario. 
La noche recoge su rebozo. 
Los cirios arden 
en el baldaquino de su altar
y en las calles oxidadas de siglos,
 las farolas insomnes se alzan al cielo
cual girasoles de Van Gogh. 

Llueve, llueve


Llueve, llueve
sobre el profundo letargo
del molino.
Sobre la melancolía de los ocres.
Sobre el trino fracturado del otoño.
Sobre los geranios que se ahogan
sin truenos ni delirios.

Llueve, llueve 
sobre tu abanico de recuerdos.
Sobre mis pies extenuados.
Sobre la vasija de alabastro
donde yacen las espigas.
Mas, en tu aliento y mi nostalgia
aún crece el verano.


Penélope 


Penélope, esperó y esperó
más de cincuenta primaveras,
cientos de silencios
y mil golondrinas.

En esa vorágine
de certezas y utopías,
lo único que pasó,
fue la vida.
Mamá


Esta mañana,
nadie puso el pan en la mesa,
ni avivó el fuego en el calefactor,
la esconera bordada por tus manos
parece encogerse
en su propia piel de hilo
y el sillón junto al ventanal
acusar tu ausencia.

En el patio de mi infancia
el rosal concentrado en su luto
encarna el desamparo,
y la casa sin ti
solo es un templo piadoso
que guarda los recuerdos
y enmudece la oración
que nos sumerge en la vida.

El día ya duerme en tu cabellera
y la niña escondida
en lo más íntimo de mi ser,
sin asimilar los misterios
que pueblan los dolores,
tiene hambre, tiene frío.

Mamita linda,
sobre tanto llanto,
traigo la noche a cuestas
y mis raíces desgajadas.


Isla Negra


Y vuelve el peregrino
al azul etéreo 
que circunda y embelesa,
a oír los pájaros del jardín,
a ver los barcos en el horizonte,
al magnetismo de las olas,
al océano que entra por las ventanas,
a la casa de 
las gaviotas y requiebros
donde adherido a la roca,
yace el poeta. 

A su paso,
las calles de Isla Negra
reverberan bulliciosas y concurridas.
La hiedra trepa lenta
muros, roqueríos.
Imágenes enardecen la memoria.
Infinita complicidad 
de Pablo y el mar. 

Al pie de la campana
que dio su nombre al viento,
el espíritu Nerudiano
arrulla costelaciones.
Canta la epifanía de su gloria. 

Dora 

Ayer acompañé a Dora, a su chequeo anual. Su trabajo ha sido muy duro y sin descanso durante mucho tiempo. Era necesario que parara un rato, que me preocupara de su salud, ya que ella por sí misma no lo hace, ni lo va a hacer.
Últimamente, la noto cansada, irritable, rezongona.
No fue fácil convencerla, no le gusta salir, menos romper su rutina diaria. Estaba molesta, incómoda, cedió a última hora y a regañadientes.
Dora, es muy directa, me trato de exagerada, evitó mis ojos y no me dirigió la palabra durante todo el trayecto.
Definitivamente, cuando algo no le gusta pone el grito en el cielo.
Al llegar a la clínica, la habitación era sombría, desprovista de todo ornamento.
Un viento arrebolado la despojó del abrigo y Dora tratando de disipar sus temores me miró como diciendo
¬-¡Para estar aquí hace falta estar enferma! 
Y ciertamente lo estaba.
Ella sabe que es mi brazo derecho, mi compañera, que la necesito como el arco a su violín, como Martín de Porres a su escoba, que nunca le haría daño.
Cuando la conocí su experiencia laboral era nula, pero por su carta de recomendaciones, supe que era lo que buscaba, que sería la asistente ideal, que venía para quedarse.
Dora, lleva años ayudándome en los quehaceres del hogar, es una más de la familia.
Siempre ha sido muy eficiente, servicial y madrugadora, una maniática de la limpieza. Va recogiendo todo detrás de los niños y mantiene rincones y muebles sin una partícula de polvo.
Su paciencia iguala a mi confianza.
Fiel a su estilo, los años no pasan por ella, aún se ve muy coqueta y graciosa con su delantal rojo, zapatos negros y cordones blancos.
Hoy amaneció muy pulcra y minuciosa. El piso de la casa se tiende a mi mirada como un valle fresco y soleado.
Por suerte, era cosa de apretar unos tornillos y comprar un par de accesorios para que Dora, mi aspiradora, quedara como nueva.

Sudario de lino


Aquella noche oscura y sin luna, en que el chonchón agorero vuela a su aquelarre. Adelita, supo que volvería a casa. 
Su hermanita Pascuala, al escuchar el rechinar de la carreta, con sus ruedas hundidas en el lodo, llegando a las tierras altas de Nahuelbuta, corrió a su encuentro. 
Después de tantos días en el hospital, era un consuelo ver desde su ventana apiñarse las nubes sobre la piedra del águila coronada de araucarias. Ese horizonte donde más temprano que tarde, su dulce hermana extrañaría sus juegos, sus risas, su complicidad. 
A veces, la fiebre no cesaba y deliraba aferrada a su muñeca de trapo.
En instantes de lucidez imaginaba como sería el más allá, el color de los angelitos y a Pascuala, sin su compañía, buscando fresas en el bosque.
El lamparín con su mecha ahogada en parafina alumbraba sus desvelos y temores. 
Adelita, no quería que su familia sufriera, ni esparciera flores en su memoria, sobre la tierra que cobra aliento después de la lluvia. 
Un día en que su madre zurcía los calcetines de lana y el padre echaba agua al mate, preocupados por su largo periodo febril, sin encontrar alivio a sus dolencias, hablaban en voz baja. Creían que su hija, por su estado de somnolencia, no los oía, pero en ese instante, lo escuchaba todo. 
Aquel abrumado hombre se apresuró en bajar al pueblo. El embriagador arrulú del viento golpeaba su rostro. 
Anocheciendo regresó empapado de lluvia. Traía la tela para su mortaja.
Sin embargo, no era de lino blanco, como la sabana que envolvió al nazareno, sino tocuyo crudo. 
Adelita, se aterró al ver esa tela amarillenta. Se incorporó de la cama y con firmeza dijo a sus padres, que no iría al cielo sin un sudario de lino. 
Entonces, convencida de que sanaría, su madre le alcanzó un tazón de consomé. 
Su padre rápidamente armó un pasamanos de quilas alrededor de la casa.
Muy pronto, Adelita y Pascuala volvieron a perseguir los gansos. Ir a misa a Purén y no regresar, sin antes, pasar por golosinas al almacén.
Los padres suspiraban aliviados. Era como si, de pronto, todos los astros hubiesen confabulado a su favor.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *