MARGARITA RODRIGUEZ PALMA
Desborde Bajo aleros de pájaros la lluvia expande su arrojo y en una brizna de hierba sollozan las torcazas. El rio ruge sin piedad en su lecho de guijarros. La memoria de su cauce desborda el surco. Rompe su cántaro. El lodo cobra aliento. Lastimada de sombras la vida se extingue. Más allá, las nieves penitentes cual capirotes nazarenos cubren el sendero.
Nosotras Nosotras las exiliadas del paraíso, somos grito en el silencio, golondrinas en las recónditas pupilas del viento, redención al pie del madero, magdalenas en la búsqueda del Santo Grial, carpinteras, alfareras en el sudor de la fatiga, luz en el dolor del parto, piel, pulso, latido germinando en los siglos.
Río Mapocho Río veleidoso y bravío, afloras de la entraña cósmica del Cerro El plomo. Y modulando tus cantares épicos vivificas la implacable sed del valle. En los azares del trayecto cual sierpe vítrea, te deslizas por los siglos perpetuando la materia y sus eternidades. Tu impronta menguada por el persistente estrés hídrico, soporta estoica las estructuras de acero y hormigón que han reemplazado los viejos puentes de madera y el Cal y Canto. A pesar de la profunda intervención humana, de las murallas estáticas y sombrías que a tu paso por la bulliciosa ciudad silencian tu canto, la vida sigue expresándose y adaptándose atada a tus raíces. Tus coros rumorosos rumbo al Maipo, cuales briosos corceles cabalgando tu cauce ancestral, se mimetizan con el paisaje soleado, los mitos y leyendas de Peñaflor. Tus venas andinas indulgentes con esta tierra, desbordan el cántaro de greda ofrendando a la virgen del cerro tu resiliente biodiversidad.
Despedida A las cuatro de la tarde, a las cuatro en punto lo esperaban en el portal de las espumas adormiladas y empujaron su barca de juncos hasta el insondable mar. A su paso, el árbol desnudo de junio ardía en frutos anaranjados, apagándose luego, la luz de las pedrerías del estero y el verde ingenuo donde cabían todos sus avatares Ya nada era urgente, ya nada coincidía, todo estaba escrito sin importar la húmeda esperanza, ni el blanco de las orquídeas veneradas por sus manos.
BIOGRAFÍA Escritora, poeta y gestora Cultural chilena Fundadora y presidenta de la Fundación Cultural Odisea de las Artes. Miembro de la Sociedad de Escritores de Chile-SECH. Socia Fundadora de la Sociedad de Escritores de Peñaflor. Socia Fundadora de la Sociedad de Escritores de Pinto. Ha publicado dieciséis libros y participado en más de cuarenta antologías (Chile y extranjero). Ha publicado en la revista Poesis Abditus -Perú. Artista plástica y artesana; lanigrafía (el arte de pintar con lanas). Reconocimiento por su aporte al desarrollo cultural del pueblo, otorgado por la Ilustre Municipalidad de Pinto, en su 160 aniversario. Octubre 2020. Reconocimiento por su aporte cultural, otorgado por la Ilustre Municipalidad de Peñaflor. Noviembre 2020. Reconocimiento por su aporte al desarrollo cultural del pueblo, otorgado por la Ilustre Municipalidad de Pinto, en su 161 aniversario. Octubre 2021. Reconocimiento Artista Destacado año 2021, por su contribución al desarrollo cultural de Peñaflor, otorgado por la Ilustre Municipalidad de Peñaflor-Secretaría Regional Ministerial de las Culturas, las Artes y el Patrimonio. Noviembre 2021.
Retrato Soy como el árbol aferrada a mis raíces. Jubilosa de aves y trinos. Dolida de ausencias y olvidos. Mi humilde verso pletórico de utopías y unicornios encarna mi esencia, el candor de mi locura. Al son del arpa que pulsan las estaciones amo las flores, los frutos y la vendimia, el canto de Violeta, las sublimes rondas de Gabriela. En el huerto de mis pomares, los gorriones dibujan sus vuelos. La semilla se ofrenda al viento y el nido es permanencia.
Andacollo Bajo el sol fecundo de sus valles, todo es raíz, alero y nido. El tiempo y la lluvia han esculpido sus párpados de cobre. Desde sus balcones cósmicos se observa arrobado el ritual de los astros, el manto mineral, el portento de la vid y sus dones. Al son de la fraternidad que las anima, las cofradías danzan en honor de la Señora del Rosario. La noche recoge su rebozo. Los cirios arden en el baldaquino de su altar y en las calles oxidadas de siglos, las farolas insomnes se alzan al cielo cual girasoles de Van Gogh.
Llueve, llueve Llueve, llueve sobre el profundo letargo del molino. Sobre la melancolía de los ocres. Sobre el trino fracturado del otoño. Sobre los geranios que se ahogan sin truenos ni delirios. Llueve, llueve sobre tu abanico de recuerdos. Sobre mis pies extenuados. Sobre la vasija de alabastro donde yacen las espigas. Mas, en tu aliento y mi nostalgia aún crece el verano.
Penélope Penélope, esperó y esperó más de cincuenta primaveras, cientos de silencios y mil golondrinas. En esa vorágine de certezas y utopías, lo único que pasó, fue la vida.
Mamá Esta mañana, nadie puso el pan en la mesa, ni avivó el fuego en el calefactor, la esconera bordada por tus manos parece encogerse en su propia piel de hilo y el sillón junto al ventanal acusar tu ausencia. En el patio de mi infancia el rosal concentrado en su luto encarna el desamparo, y la casa sin ti solo es un templo piadoso que guarda los recuerdos y enmudece la oración que nos sumerge en la vida. El día ya duerme en tu cabellera y la niña escondida en lo más íntimo de mi ser, sin asimilar los misterios que pueblan los dolores, tiene hambre, tiene frío. Mamita linda, sobre tanto llanto, traigo la noche a cuestas y mis raíces desgajadas.
Isla Negra Y vuelve el peregrino al azul etéreo que circunda y embelesa, a oír los pájaros del jardín, a ver los barcos en el horizonte, al magnetismo de las olas, al océano que entra por las ventanas, a la casa de las gaviotas y requiebros donde adherido a la roca, yace el poeta. A su paso, las calles de Isla Negra reverberan bulliciosas y concurridas. La hiedra trepa lenta muros, roqueríos. Imágenes enardecen la memoria. Infinita complicidad de Pablo y el mar. Al pie de la campana que dio su nombre al viento, el espíritu Nerudiano arrulla costelaciones. Canta la epifanía de su gloria.
Dora Ayer acompañé a Dora, a su chequeo anual. Su trabajo ha sido muy duro y sin descanso durante mucho tiempo. Era necesario que parara un rato, que me preocupara de su salud, ya que ella por sí misma no lo hace, ni lo va a hacer. Últimamente, la noto cansada, irritable, rezongona. No fue fácil convencerla, no le gusta salir, menos romper su rutina diaria. Estaba molesta, incómoda, cedió a última hora y a regañadientes. Dora, es muy directa, me trato de exagerada, evitó mis ojos y no me dirigió la palabra durante todo el trayecto. Definitivamente, cuando algo no le gusta pone el grito en el cielo. Al llegar a la clínica, la habitación era sombría, desprovista de todo ornamento. Un viento arrebolado la despojó del abrigo y Dora tratando de disipar sus temores me miró como diciendo ¬-¡Para estar aquí hace falta estar enferma! Y ciertamente lo estaba. Ella sabe que es mi brazo derecho, mi compañera, que la necesito como el arco a su violín, como Martín de Porres a su escoba, que nunca le haría daño. Cuando la conocí su experiencia laboral era nula, pero por su carta de recomendaciones, supe que era lo que buscaba, que sería la asistente ideal, que venía para quedarse. Dora, lleva años ayudándome en los quehaceres del hogar, es una más de la familia. Siempre ha sido muy eficiente, servicial y madrugadora, una maniática de la limpieza. Va recogiendo todo detrás de los niños y mantiene rincones y muebles sin una partícula de polvo. Su paciencia iguala a mi confianza. Fiel a su estilo, los años no pasan por ella, aún se ve muy coqueta y graciosa con su delantal rojo, zapatos negros y cordones blancos. Hoy amaneció muy pulcra y minuciosa. El piso de la casa se tiende a mi mirada como un valle fresco y soleado. Por suerte, era cosa de apretar unos tornillos y comprar un par de accesorios para que Dora, mi aspiradora, quedara como nueva.
Sudario de lino Aquella noche oscura y sin luna, en que el chonchón agorero vuela a su aquelarre. Adelita, supo que volvería a casa. Su hermanita Pascuala, al escuchar el rechinar de la carreta, con sus ruedas hundidas en el lodo, llegando a las tierras altas de Nahuelbuta, corrió a su encuentro. Después de tantos días en el hospital, era un consuelo ver desde su ventana apiñarse las nubes sobre la piedra del águila coronada de araucarias. Ese horizonte donde más temprano que tarde, su dulce hermana extrañaría sus juegos, sus risas, su complicidad. A veces, la fiebre no cesaba y deliraba aferrada a su muñeca de trapo. En instantes de lucidez imaginaba como sería el más allá, el color de los angelitos y a Pascuala, sin su compañía, buscando fresas en el bosque. El lamparín con su mecha ahogada en parafina alumbraba sus desvelos y temores. Adelita, no quería que su familia sufriera, ni esparciera flores en su memoria, sobre la tierra que cobra aliento después de la lluvia. Un día en que su madre zurcía los calcetines de lana y el padre echaba agua al mate, preocupados por su largo periodo febril, sin encontrar alivio a sus dolencias, hablaban en voz baja. Creían que su hija, por su estado de somnolencia, no los oía, pero en ese instante, lo escuchaba todo. Aquel abrumado hombre se apresuró en bajar al pueblo. El embriagador arrulú del viento golpeaba su rostro. Anocheciendo regresó empapado de lluvia. Traía la tela para su mortaja. Sin embargo, no era de lino blanco, como la sabana que envolvió al nazareno, sino tocuyo crudo. Adelita, se aterró al ver esa tela amarillenta. Se incorporó de la cama y con firmeza dijo a sus padres, que no iría al cielo sin un sudario de lino. Entonces, convencida de que sanaría, su madre le alcanzó un tazón de consomé. Su padre rápidamente armó un pasamanos de quilas alrededor de la casa. Muy pronto, Adelita y Pascuala volvieron a perseguir los gansos. Ir a misa a Purén y no regresar, sin antes, pasar por golosinas al almacén. Los padres suspiraban aliviados. Era como si, de pronto, todos los astros hubiesen confabulado a su favor.