Antología, Editorial

ANTOLOGÍA 50 MUJERES A 50 AÑOS DE…

PATRICIA GONZÁLEZ SAÉZ

Los pensionistas

Doña Yolanda ofrecía pensión de almuerzo a los trabajadores que construían casas y alcantarillado en la población Manuel Rodríguez de la comuna de Barrancas, la misma que en 1975 pasaría a llamarse comuna de Pudahuel y que en 1981, producto de una división administrativa que originó tres municipios, la dejaría viviendo en la comuna de Lo Prado sin que jamás se haya mudado del sitio doscientos ochenta y seis de la manzana diecinueve a donde llegó en 1970.

Mediante el sistema de construcción colaborativa impulsado por el gobierno de la Unidad Popular, tuvo su casa de material sólido antes que muchos de sus vecinos. Por aquel tiempo, era toda una exclusividad en la población, tener vidrios en las ventanas y puertas en las habitaciones.

Pero los adelantos no cayeron del cielo, pues hubo que cooperar con trabajo para tener la casa definitiva y, así, doña Yolanda partía todas las tardes a la obra donde se elaboraban los paneles con los que se levantarían las viviendas de seis por seis metros cuadrados, las que resultaron ser antisísmicas a toda prueba porque ya han soportado tres terremotos sin ningún problema. A pesar de estar emplazadas sobre unos altos poyos, estas viviendas bailan al ritmo de los fuertes movimientos sísmicos, sin derrumbarse, para beneficio de sus moradores.

Todas las habitaciones de la casa nueva se destinaron para atender a los pensionistas, dos dormitorios y un living-comedor, además del baño y la cocina. Los trabajadores se turnaban para recibir su almuerzo casero y doña Yolanda se esmeraba por ofrecerles un buen servicio por el que recibía pago todos los viernes. El trabajo era arduo, pero le permitía cubrir las necesidades de sus dos hijos, además, que ya contaba con la ayuda de su hija mayor, quien se encaramaba en un piso para colaborar con el lavado de loza.
Los dormitorios se mantenían en la mediagua de madera, pero doña Yolanda ahorraba para poder ampliar su casa y calculaba que, en pocos años, podría levantar dos habitaciones de material sólido, con piso, con encielado. Contaba con más de cuarenta pensionistas y las obras, en la población, se veían en aumento, especialmente, porque se había iniciado la construcción del metro de Santiago. 

Había perforaciones en la tierra por todas partes. En las calles y con motivo del alcantarillado, se veían túneles que facilitaban un recorrido subterráneo por toda la población, los que, luego, permitirían dejar atrás los pozos sépticos que eran unos hoyos con una casucha encima, muy al estilo del campo chileno y lo más alejado posible de la mediagua por el tema del olor. Ir al baño con lluvia era toda una aventura para los habitantes de las poblaciones de Chile por el año 1970.
La llegada del agua potable fue todo un acontecimiento porque permitió que la gente se pudiera duchar valiéndose de una manguera y de un tarrito con perforaciones. Era un gran avance dejar atrás los lavatorios y el baño por partes.

Doña Yolanda valoraba su casa nueva porque tenía ducha, baño y lavaplatos con agua potable y alcantarillado. Además, que estas comodidades le permitían ofrecer pensión de mesa y con ello, alimentar a sus hijos y proyectarse mejoras.
Una de las mayores perforaciones de la tierra que se vieron en Barrancas durante el gobierno del doctor Salvador Allende fue el inicio de la construcción del metro de Santiago. La avenida Neptuno figuraba partida en dos con un gran socavón de, por lo menos, unos treinta metros de ancho por unos veinte metros de fondo, rodeado de una cordillera de tierra que hacía las veces de duna para los juegos de los niños, pero que, en estricto rigor, era el muro que separaba la población Manuel Rodríguez de la Arturo Prat Chacón. 

La idea de construir un ferrocarril metropolitano en Santiago se remonta a 1944, cuando se buscó una forma de mejorar el caótico transporte existente tras la explosión demográfica que se vivió en la urbe desde los inicios de los años treinta con la masiva migración del campo a la ciudad en busca de mejores condiciones de vida. Sin embargo, las ideas comenzaron a concretarse recién durante la década del sesenta, cuando el gobierno abrió una licitación internacional para el desarrollo de un sistema de transporte urbano. El 24 de octubre de 1968, el gobierno de Eduardo Frei Montalva aprobó el proyecto presentado por el consorcio franco-chileno Bceom Sofretu Cade, en el que se propuso la creación de cinco líneas con una extensión aproximada de sesenta kilómetros, hacia el año 1990. El 29 de mayo de 1969 empezaron, finalmente, las obras para la construcción de la primera línea, que unió el centro de Santiago con Barrancas, actual comuna de Lo Prado.

La primera línea del metro fue inaugurada el 15 de septiembre de 1975 por Augusto Pinochet con una masiva concentración que aglutinó participantes que aceptaron la invitación de viajar por primera vez en el ferrocarril metropolitano, desde la estación San Pablo y hasta la estación La Moneda.
Pero esta pomposa inauguración ocurriría dos años después que doña Yolanda trabajaba feliz atendiendo a sus pensionistas de mesa y sin imaginar que se tramaba un golpe de Estado que pondría fin al gobierno de la Unidad Popular y a sus sueños de una vida mejor.


BIOGRAFÍA 

Patricia González Sáez 
(Santiago, Chile, 1963)
Profesora de Castellano por la Universidad Católica
Periodista y Licenciada en Comunicación Social por la Universidad ARCIS 


Directora Literaria en Editorial Santa Inés desde el año 2017 
Le gusta Pedro Pascal porque lo encuentra estupendo; ve series de investigaciones de asesinatos en las que se involucra para descubrir al culpable; lee libros de no ficción, de lo ocurrido durante la historia reciente de Chile como el que terminó de leer recién “Si no aprendemos a luchar juntos, nos matarán por separado”, texto autobiográfico de Carlota Vallebona; escucha a Dolores O'Riordan, Amy Winehouse, Indio Solari y Joaquín Sabina; trabaja como editora; y, escribe sus propios relatos, que abordan lo histórico y la mujer como protagonista. 
“Amores on line, las mujeres se destapan en Internet” (2005), “La mujer del general” (2019) y “El Colorín de Paine, la venganza patronal” (2020, coautora), son los libros de narrativa publicados por esta periodista que reporteó la calle, como la marcha memorable de los mineros de Lota, así como los más conspicuos salones de los empresarios.
Se declara feliz de lo vivido y, a diferencia de Sabina, no niega nada.

El Estrellita de Antofagasta

El Estrellita corría de un lado para otro atendiendo a su clientela en el restorán costero de Antofagasta. El boliche era de estructura metálica y disponía de mesas con sillas frente al mar, las que casi siempre estaban ocupadas por los comensales que disfrutaban esos generosos sandwich de lomito palta, la especialidad de la casa.
Nadie recordaba su nombre legal ni se explicaba por qué le comenzaron a llamar Estrellita a este hombre de casi dos metros de altura y, fácilmente, ciento veinte kilos de peso. Pero el punto es que así se le conocía, por lo menos, en el mundo de la gente de mar.

Era querido por todos aunque su mano gigantesca cayera sobre el hombro de un desprevenido amigo que se quedaba quejando de la muestra de afecto del Estrellita, quien, menos mal, nunca se manifestó así con Yolanda Sáez, la mujer de su amigo Rosamel, que por aquel entonces vivía en una pensión ubicada en la calle Orella, en Antofagasta.

Aunque conversaba con la señora de la casa donde su marido le pagaba una hermosa habitación amueblada con vista a la calle y con las comidas incluidas, Yolanda Sáez se sentía sola y con ganas de hacer algo para matar el tiempo y, de paso, ganar dinero. Por esto, se acercó al Estrellita, para que la orientara para poner su propio negocio. Analizaron distintas alternativas de la ubicación del kiosko de comidas, hasta que encontraron un buen lugar, también frente al mar. 
Cuando estaba todo listo para instalarse e invertir los ahorros que Yolanda había logrado del dinero que, mes a mes, cobraba en la empresa naviera de parte de su esposo, un hecho tiró por tierra la inminente inauguración del negocio.  
-Mire, señora, su esposo está detenido y hay que pagar la fianza para que lo dejen en libertad. De lo contrario, el barco zarpará sin él –le informó un funcionario de la naviera.
-¿Qué hizo? –preguntó medio atontada con la noticia y sin recordar bien el nombre del país donde tenían preso a su Rosamel.
-No tenemos mucha información, señora, dicen que se propasó con una policía –contestó el hombre–. Fue un piropo, señora, pero allá son exagerados -agregó el funcionario al ver la expresión de la esposa.

En ese instante, Yolanda Sáez experimentó una mezcla de preocupación por lo que le pudiera pasar a Rosamel si lo dejaba abandonado a su suerte en ese país, que parece que era India, ella no recordaba el nombre que le había dicho el funcionario y no se lo iba a preguntar porque en su cabeza también tenía mil pensamientos de rabia. “Bien merecido se lo tiene”, pensó
-Y, señora, ¿qué hacemos?  
-¿Cuánto hay que pagar? –preguntó sabiendo que ya sin ahorros, el sueño del kiosko de comidas al paso quedaría en el pasado. 


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